En medio de las dificultades, cuando la vida parecía no ofrecer salidas, Dayan Méndez Serna encontró una chispa de luz en un lugar inesperado: el SENA. Lo que inició como una búsqueda sin rumbo por una carrera técnica terminó por convertirse en un viaje de redención personal, guiado por el aroma intenso y reconfortante del café.
Durante años, Dayan transitó por caminos oscuros. La adicción lo atrapó desde muy joven y lo llevó a perderse entre hábitos y entornos que parecían no tener retorno. Sin embargo, su historia no terminó allí. Una decisión aparentemente simple —matricularse en un curso corto de barismo— fue el primer paso hacia un renacer personal y profesional.
“No sabía nada de café, ni imaginaba lo que significaba ser barista. Solo quería intentar algo distinto”, comenta. Lo que descubrió superó todas sus expectativas: una cultura, una ciencia, un arte, y sobre todo, una forma de sanar. El café se convirtió en su terapia, en el lenguaje con el que aprendió a reconstruirse.
En la Escuela Nacional para la Calidad del Café, Dayan no solo adquirió conocimientos técnicos. Allí fue acogido, acompañado y valorado. Ese entorno lo ayudó a reconocer sus propias batallas internas y a buscar un nuevo camino lejos de la adicción. “Fueron momentos difíciles, pero dentro del SENA sentí respeto, disciplina y una oportunidad real para cambiar”, afirma.
Hoy, con cerca de diez meses libre de consumo, Dayan es técnico en Servicios de Barismo y un ejemplo para otros aprendices.
Reconocido por su talento, ha representado al SENA en eventos, ha sido monitor académico y ha recibido propuestas laborales incluso fuera del país. Más allá del éxito profesional, Dayan destaca el valor del proceso: “No se trata solo de hacer buen café, sino de descubrirse uno mismo en cada taza”.
Ahora, sueña con abrir su propia tienda y ayudar a jóvenes en situación de vulnerabilidad, tal como él lo estuvo. Su mensaje es claro: “Se puede salir del fondo. Se puede transformar el dolor en propósito. Solo hay que tener el valor de dar el primer paso”.